Pienso, pero no es tan seguro que exista, como afirmaron los pensadores racionalistas en su momento.
Pienso, mucho pienso…, pero para los cerdos. Probablemente el mismo pienso que comemos todos: el que nos da la sociedad actual, cruel, burocrática, deshumanizada, donde solo el mercantilismo sobrevive a las muertes de unos y otros, cerdos y hombres.
El mensaje durísimo de La Zaranda no escatimaba en referencias sutiles a lo litúrgico, al poder, a la administración, a las poses supuestamente “modernas”… Escatimaba en decorados, en puesta en escena y en luces. Cuatro estanterías metálicas una silla giratoria y unos cuantos flexos de los de la posguerra eran todo el decorado y el atrezzo que pudimos ver.
Tétrico, fúnebre, dolorosamente cercano, El régimen del pienso se mueve entre las letanías repetitivas de las coplas y romances populares, estribillos que se reiteran y quedan en el cerebro del que escucha grabados a sangre y fuego, el humor negro, la comedia bufa, el recuedo kafkiano y, para mí, un regusto demasiado evidente, al teatro ilustrado, al teatro de moralina, correcto, pero frío, lleno de ideas y falto de sensaciones y sentimientos.
La obra dice muchas cosas, quizá demasiadas y demasiado evidentes. Hubiera agradecido algo más de acción y menos minutos de trayecto. La última estación era conocida ya por todos desde casi el comienzo de la función.
Muy bueno el final, visual y original, sin concesiones al patio de butacas, acorde con el resto de la obra, su enfoque y su estética.
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