ME ENAMORÉ DE UN PSICÓPATA. AMOR ZERO.

Y no tendría nada de extraño: cuanto más encantador, tierno y semejante a nosotros, cuanto más sorprendente sea nuestra complicidad y confianza a primera vista, mayor nuestra mutua atracción y mayor nuestra empatía,  mayor posibilidad hay de que ese ser maravilloso que la suerte nos ha puesto delante cuando más abatidos estábamos, sea un auténtico psicópata.

Y no lo digo yo: lo dicen los que se ocupan de esto y llevan muchos años, siglos, estudiando el perfil preocupante e incurable de esta personalidad, porque ellos, sicólogos y siquiatras, dicen que no se trata de locos, sino de otra cosa que yo, desde luego, no he podido acabar de comprender. Y lo digo porque he leído sobre el tema durante años, tratando de averiguar cuál es la razón por la que alguien disfruta, incluso sin saberlo, del sufrimiento ajeno concentrado en una sola víctima propiciatoria.

Claro, eso es igual que no decir nada y hay que tener cuidado no sea que cunda el pánico y hasta nuestra abuela, tan protectora y tierna, nos parezca una vieja psicópata como la madre de Psicosis, o el hijo, o huyamos del vecino de arriba como del papi de abajo.

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La razón de esta penúltima vuelta de tuerca y de este comentario es la lectura de un éxito editorial que me ha llamado la atención: Amor Zero. Es una obra de divulgación, la primera de este tipo que leo, y no voy a entrar en la crítica del género, que podría y querría, y de la que solo diré que parece que tiene todos los defectos del mismo: mezcla indefinible de cientificismo barato, paternalismo, demagogia, compasión, generalizaciones y tópicos.

Pero entre toda esa paja, repite las mismas claves, o muy parecidas, de todos los textos que yo conozco y que tratan sobre el tema y sobre el que aviso tres cosas que todo el mundo debería conocer:  el psicópata no es el que sale en los sucesos  de vez en cuando ni el protagonista de las películas de asesinos en serie, no. Aquí hablamos del psicópata de familia, del de barrio, de ese que conocemos y con el que tratamos, de nuestro padre, nuestra hermana o nuestro marido o mujer, lo más probable de todo. Cada uno de ellos, o de nosotros, que a lo mejor formamos parte del batallón, es diferente y los grados en que se puede pertenecer al grupo son variados. Desde tener ciertos rasgos o tendencias a ser un psicópata de libro. Y tercero y más importante: ni la psicopatía tiene cura ni el psicópata admitirá jamás, ni externa ni íntimamente, que lo es. Es imposible.

Lo digo porque todos los esfuerzos encaminados a salvarle, a curarle, a hacerle comprender, son, clínica y familiarmente, inútiles. Lo único que se puede hacer es alejarse de ellos intentando recibir la menor cantidad de puñaladas posibles. Si alguien ha convivido con uno de ellos, estoy segura de que al leer esto se le abrirán las cicatrices si es que ha conseguido cerrar las heridas.

A esta imposibilidad de cura, el autor añade muchas otras características del personaje en cuestión, y cito literalmente: … disfruta cuando consigue destruir o manipular psicológicamente a alguien; cuando se le descubre en mentiras o en flagrantes contradicciones, lo niega por más que sean evidentes; tiene una patológica necesidad de adoración y atención y que tienen encanto y locuacidad superficiales, lo que les convierte muchas veces en personas muy populares dentro de los grupos sociales y muy bien catalogadas; el origen de su encanto es su falsa apariencia de víctima y esa es la forma en que consigue a sus presas…

Ya es suficiente con eso, pero hay mucho más. El amor de tu vida, ese hombre, o mujer, que parece que le conocieras desde siempre, que es tu alma gemela, que te comprende como no lo hecho nadie jamás, tiene un problema íntimo y lejano, quizá por maltrato o quién sabe qué, que le lleva a necesitar de tu sangre psicológica, como un vampiro sediento, y representa un papel magnífico para que caigas en la trampa de tu dominación. Ese es su objetivo y su necesidad: dominarte, tener toda la información, asegurarse de que te tiene prisionera, impedir, a cambio, que tú accedas a su intimidad, que no es capaz de compartir. Y la técnica fundamental es sencilla, pero efectiva: una de cal y otra de arena, continua, inexorablemente, hasta conseguir que la víctima no pueda distinguir su locura de la su verdugo y se encuentre metida en un círculo de sinrazón y dependencia que no puede romper, normalmente, sin la ayuda de un profesional.

Los que han tenido la suerte de no haberse encontrado todavía a uno de estos monstruos en su camino, que toquen madera, porque la estadística dice que en España hay varios millones pululando por las calles, disfrazados de príncipes azules y princesas rosas, buscando carne y sangre inocente para sentirse a gusto consigo mismos, para disfrutar del poder de someter y hacer sufrir a algún cordero o cordera enamorados.

No puedo describir aquí, no me daría la vida, la cantidad ingente de actitudes, estratagemas y argucias de las que se vale, porque no tiene ética alguna y puede pasar de una postura a la contraria sin solución de continuidad ni asomo de vergüenza. Es, desde luego, un mentiroso compulsivo y descarado, un chantajista, un ser colérico que amenaza con abandonarte o con suicidarse o, si le interesa más, se presenta como una víctima de tu incomprensión, sin que se le mueva un solo músculo. Todo es teatro.

Lo primero que sorprende de ellos cuando ya te han cazado, pero la relación es todavía corta, es que nunca se quitan la máscara, ni siquiera en la intimidad más íntima… Siempre están representando un papel.  A partir de ahí, si tienes la mala suerte de no rendirte, de serles fiel, de quererlos  y de ser inocente y pensar que se pueden curar… estás perdido/a.

Abusa de ti y te explota, exige que se cumplan sus deseos, te vigila y te manipula, miente sin recato,  reacciona violentamente si alguien ataca su imagen pública, si alguien pretende quitarle la máscara…

Y puede hacerlo porque Piñuel, el autor, explica que el cerebro humano está preparado para defenderse de una ingente cantidad de amenazas, pero no lo está para defenderse de algo que a él, y  a mí, le parece inasumible para ningún ser humano: esperar el daño de nuestros seres queridos. La mente del maltratado, que no lo entiende y necesita entenderlo, entra en una especie de bucle obsesivo que él llama repetición compulsiva del trauma. Y con ello, en su infierno particular.

Lo normal, y lo mejor, es que el psicópata, una vez estrujado y sacado el zumo de tu vida, se busque a otra víctima, proceso que tampoco le causa ningún rubor y para el que tiene mil y una excusas que darse, todas falsas.  Solapa a todas las víctimas en cadena para no tener jamás un vacío en su alimentación anímica. Pero no tendrá remordimientos ni lo reconocerá jamás. Cuando el psicópata empieza a tratarte con frialdad y con una lejanía y calma inusuales, no es que esté cambiando ni haya reflexionado, no, lo más probable es que ya tenga a otra víctima en la recámara, con la que te engañará primero y se irá después, disfrutando del placer de restregártelo por la cara, de gritar a los cuatro vientos su triunfo y su poder sobre la gente y tratando de humillarte de todas las maneras posibles para redondear su placer.

Dice Piñuel: Su incapacidad moral de responsabilizarse por sus actuaciones, su comportamiento duro e insensible, su sentido de la grandiosidad y de merecerlo todo sin mediar esfuerzo alguno para conseguirlo, lleva al psicópata a rechazar sentir malestar, culpa o remordimiento por su propio comportamiento indolente, parasitario, desleal o directamente depredador. Son siempre los demás quienes tienen la culpa.

Habla también del “syllabus horrorem” o catálogo de horrores por los que pasa la víctima de un psicópata: hay más de treinta elementos de su comportamiento que deberíamos conocer, aunque, tengo que reconocerlo, solo un psicópata de película los cumpliría todos. Conozco a algún psicópata que se amolda religiosamente a veinte de esos caracteres, otros a veinticinco, pero no  a la totalidad.

Entre ellos, llama la atención su incapacidad para asumir responsabilidad alguna en las cuestiones cotidianas (gastos, facturas, problemas, de la pareja o familia) y su facilidad para convertirse en un parásito, su incapacidad para cumplir promesas o pactos, sus mentiras continuas y su actitud equívoca que hace a la pareja convertirse en un investigador privado de un comportamiento contradictorio que no puede entender: alejamientos misteriosos, vacíos a lo largo del día, desapariciones inexplicadas e inexplicables. Carencia de amigos cercanos, nulo respeto por tu territorio y tu intimidad, afición por el romanticismo, el fetichismo o la pornografía, juntos o por separado, absoluta ingratitud por tus esfuerzos y tu interés y envidia malsana que le pone violento por tus virtudes morales de las que él carece y que le generan una violencia gratuita que no puede explicar… Y así hasta casi cuarenta. Invito a su lectura, aunque advierto que no es fácil acceder al libro de forma pública. Espero que se me esté entendiendo.

Hay dos cosas más que querría aclarar, con prisa, para que no se me olviden. La primera es que observo con tristeza cómo el desconocimiento de esta plaga, que la gente llama relaciones tóxicas generalizando, es objeto de desprecio y descreimiento de los que no la han sufrido en sus carnes y, como el psicópata es un ser encantador de puertas afuera, como una gran parte de los maltratadores y otras alimañas, el cansancio y el sufrimiento visible de las víctimas se convierte en su peor enemigo: una parte de la sociedad las acusa de cómodas, débiles, estúpidas, pervertidas, etc., por soportar algo que ellas dicen tan doloroso y que nadie ve. La vergüenza y la imposibilidad de ser comprendidas y apoyadas es absoluta. Si le comentas a alguien lo que te pasa con tu pareja, lo más probable es que te diga que exageras o te conteste con ese tópico de desprecio y suficiencia que te hundirá más en la puta miseria: ¡Pues no sé por qué lo aguantas! Como si esa incapacidad de asumir el daño de un ser querido en la intimidad se pudiera solucionar tan fácilmente como quitarse de encima a un vendedor de flores de los fines de semana.

La otra es que todo lo que aquí se ha escrito es por mi parte, una opinión, y por parte de Piñuel, la exposición divulgativa, supongo, de un profesional de la psicología, y esta  segunda forma va en cursiva, para que nadie confunda una y otra cosa. Lo advierto porque debo ser sincera: no creo que  todos los millones de psicópatas que pululan por este país sean iguales ni se amolden como un folio a la descripción inmóvil de Piñuel, que se refiere a ellos siempre con términos similares a los que usaríamos para hablar de un extraterrestre. Aunque reconozco que, vistos de cerca, no parecen humanos.

Si lo tomamos todo al pie de la letra, ahora mismo me encierro y no salgo más, porque los cortejadores de cierta edad mienten continuamente y sobre cualquier cosa para conseguir sus objetivos, los hijos adolescentes chantajean a sus padres de mil maneras, algunas mujeres provocan a los hombres para conseguir efectos… secundarios, los publicistas manipulan la realidad, los políticos, idem de idem, los creyentes viven convencidos de que ellos están en posesión de una verdad irrefutable que los demás, pobre gente, no disfruta, los aficionados al fútbol son capaces de agredir a cualquiera que no lleve su camiseta y de esta manera, no acabaríamos nunca y resultaría que la sociedad entera es un clan universal de psicópatas…,  que puede.

Pero no hablamos de ello: hablamos del que solo actúa en la intimidad, entre las nubes de indefensión del amor y del cariño, entre las cuatro paredes de tu casa, allí donde no es admisible ni aceptable encontrar la maldad.

Y advierto por último: el libro da miedo. Un miedo infinito a caer en la trampa y una tremenda pena ante la imposibilidad de cura de seres no humanos que carecen de principios morales.

A modo de medicina preventiva dejo aquí este comentario. Y repito. Cuidado con los encantadores de serpientes, con los amores a primera vista y con las almas gemelas. Hay que observar primero, no creer en las palabras y vigilar la coherencia o no de los hechos. Ante la primera sinrazón, incoherencia, secreto  o mentira, por pequeña que sea, poned tierra por medio. Os aseguro que, de no hacerlo, os arrepentiréis durante el resto de vuestra vida. Amén.

      Y muchos más.

 

NOTA.: Los datos del libro aparecen en la imagen primera, pero, en cualquier caso, la lealtad y el respeto (los que seáis psicópatas no entenderéis esto último) me obligan a ofrecerlos de nuevo:

PIÑUEL, Iñaki . Amor Zero. Cómo sobrevivir a los amores psicopáticos, sb. (Prólogo de Bernabé Tierno).