DE RÉPLICAS Y ORANGUTANES.

Recuerdo a mi padre arremangado, lavándose la cara con agua fría, insistiendo en echársela a chorros  por todas partes, mojándose el pelo en el empeño y a veces, parte de la camisa.

Este pequeño drama se ha repetido en mi familia, quizá por herencia, a lo largo de todas las generaciones y personas, del sexo que fueran, hasta convertirlo en una liturgia obligatoria. Hoy ya no es necesaria: venden en ciertas plataformas unos bonitos puños, o puñetas, de felpa de canalé de colores, que puestos en el sitio que su nombre indica, hacen inútiles aquellos esfuerzos familiares que tanto sufrimiento nos causaron.

Tampoco es necesario abrir los desagües de pilas y lavabos, con lo complicado y molesto que es, ni echar bicarbonato y vinagre en el sumidero y esperar unas horas para verter después agua caliente: venden unos alambres larguísimos y estrechos que metidos por la boca del desagüe y girando, te permiten extraer al exterior toda suerte de babas verdes, pelos greñudos y restos de comida que se hayan depositado en el interior. La visión es vomitiva, pero muy muy moderna y rápida.

Para limpiar los aparatos de la calefacción ya tenemos unas esponjas tripartitas o cuatripartitas con una especie de mango, que se meten entre los tubos exteriores y los limpian, dicen, sin necesidad de envolver en un mango una bayeta y frotar, como se ha hecho siempre. Tampoco  hay que correr los muebles para barrer. Una infinita lengua estrecha y flexible se mete por los lugares más increíbles para extraer basura, polvo mayormente.

Venden también tal cantidad de mueblecitos de plástico, transparentes o no, de tela, de paja, etc., para organizar armarios, zapatos, cajones, utensilios de maquillaje, ropa, enseres de cocina, etc, que ya no es creíble que haya el más mínimo desorden en ninguna casa. Tampoco los estropajos normales  son necesarios: ahora se utilizan unos aparatitos con una cajita que, si la presionas, echa lavavajillas en el elemento de esponja y así no tienes que coger el bote y echar tú un poco  de vez en cuando: ese esfuerzo inhumano se ha terminado. Los dispensadores de todo lo habido y por haber ya están presentes en todos los hogares: dispensamos jabón de baño, geles de ducha, lavavajillas, desodorante, perfume, discos de algodón, torunditas del oído, dentífrico, detergente, ambientadores de baño y de salón, cereales, aceite,

Es decir, podemos ir pos toda nuestra casa poniendo la mano sin necesidad de hacer nada para conseguir todo aquello que deseemos o necesitemos: de nuestras paredes cuelgan cientos de cajitas con botoncitos dispuestos a ofrecernos lo que queramos, y por supuesto, sin clavar un clavo; todo está pegado con plásticos que se adhieren al yeso como ventosas de pulpo mítico y gigantesco.

En muchas casas ya han contratado a un servidor que solo tiene como misión rellenar todos los dispensadores y recargar todos los aparatos, aparatejos y chuminadas que han llenado nuestra vida de confort.

Disponemos de otros aparatos que nos dan masajes donde sea, que nos limpian los pies y los zapatos, que iluminan nuestro sueño con visiones cósmicas del universo, que se encienden a nuestro paso, que nos calientan la leche, solo la leche, que nos la coronan de espuma, que nos sujetan el pelo para maquillarnos, todas diademas preciosas con formas de nubes de colores, limpia ventanas a control remoto, fregasuelos que dan vueltas y más vueltas para dejar los pavimentos como el jaspe, robots que nos hacen la comida solos, aparatos para hacer pan, solos también, los medidores de tensión y de oxígeno en sangre, ya son inútiles porque los relojes digitales nos hacen el mismo servicio, dan la hora, te ponen al teléfono, tienen música y solo hay que cargarlos de vez en cuando por USB, pero como tenemos ya en casa al rellenador y recargador de cosas, no tenemos ni que molestarnos en eso.

Hay incluso lápices de labios y coloretes que deciden qué color le conviene a tu piel sobre la marcha: te los pones y de la transparencia original, pasan al teñirse del color que tu ADN necesita para estar más mona.

Por supuesto, tampoco es necesario seducir ni ser seducido: las aplicaciones de citas  te buscan una pareja, para lo que sea menester, en un plis plas, y ni siquiera hay necesidad de tener sexo real: la moda ofrece posibilidades mucho más higiénicas.

Prácticamente hemos sustituido los tímpanos por unas membranas redonditas que llevamos todos metiditas en el oído y que nos permiten escuchar música o lo que queramos evitando que los demás nos molesten con su cháchara.

No hay ni que decir que la moda también indica que la decoración de las viviendas debe cambiar en función de las fiestas del año. Las Navidades eran obligatorias para nuestros antepasados prehistóricos, pero ya hay que redecorar antes, en Halloween, no se llama Fiesta de los Difuntos tampoco, y pasadas las Navidades, viene la decoración de Carnaval, la de cambio de estación: primavera, verano otoño e invierno, la de la fiesta nacional de EEUU, la de la Irlanda, la de la época de las hadas, conejos de Pascua, gnomos, cascanueces…., excepción hecha de las fiestas de cada casa, como los cumpleaños, peticiones de mano, mayoría de edad, bautismos, despedidas de solteros, etc.

Las mujeres sobre todo, muy aficionadas a la decoración, disfrutan de lo lindo comprando cientos de colgantes, flores de plástico, caminos de mesa, lamparitas, espejos, figuritas de porcelana, manteles, vajillas, coronas, velas, ristras de flores, cartelitos de Sweet Home y otras hierbas, tazas grandes y pequeñas, bandejas, floreros, etc., para poder redecorar una y otra vez su hogar y como tienen tantos organizadores en la casa, no les cuesta ningún trabajo guardar en alguno de ellos la cacharrería de Carnaval para poner la de primavera. Parece que la Semana Santa no goza de predicamento entre estas mujeres.

Por supuesto, todos estos elementos de la modernidad tienen su correlato en la ropa, vajilla, organizadores, luces, etc., de los niños de la casa, que también ven redecoradas sus habitaciones y vidas con sus propios muñecos, chuches de colores para cada estación, etc.

Sé que se nos bombardea a diario con las consignas de no gastar agua, de no usar elementos de plásticos de reciclar…, pero esos bombardeos son de baja escala. ¿Qué pueden contra estos hermosos organizadores que, total, por doce o trece más no se va a enterar nadie? ¿Qué le importa al gobierno si me gasto mi dinero en comprar tres o cuatro pares de puños para regalar a mis amigas?

¿No quedamos en que esto es una democracia de carácter democrático y liberal? ¡Pues viva la liberalidad, la democracia, la libertad, los plásticos y todas las cervezas, porros, organizadores, botellas de vino, latas de cerveza, refrescos de cafeína, calentadores de leche, pulseras antiavispas y dispensadores de dentífrico que me dé la gana comprar!

Lo que queda de la nómina lo invierto en pizzas congeladas, el sueldo del rellenador y pagar el alquiler mientras me echan, porque el casero va a convertir mi casa en un piso turístico de AIRBNB y entonces…..

Me he ido al zoológico a meditar. Y me he quedado extasiado mirando las idas y venidas de una familia de orangutanes, el macho tan poderoso, con esa mata de perlo leonina, grandioso, impresionante, mientras con movimientos lentos, daba pequeñas palmaditas a dos crías que le tomaban el pelo saltando y mordiéndose en sus barbas ante la mirada indiferente de la madre. Los jodíos tienen comida en cantidad, pura verdura, cama de paja, calefacción, médico particular…Y todo el tiempo del mundo y además, no tienen que pagar a un rellenador.

En un descuido del guarda, me he puesto la peluca y aquí estoy, jugando a subirme a las lianas, en pelota picada y sin nada que hacer. En cuanto trisque cuatro o cinco kilos de hierba, me voy a echar una siesta del copón y luego,  a ver si me enrollo con la orangutana que vive en el árbol más grande y charlamos un rato hasta la hora de la cena. ¡Puestos a elegir, me pido pelo!

¡SEÑOR, QUÉ CANSANCIO!

Parece, me parece, que el ordenador sufre del síndrome de la actualización. Cada vez, o casi, que inicio un programa de los que no están en la tienda oficial, me da error y me pide que actualice, pero eso de actualizar me está dando dentera desde hace tiempo.

Hace mucho de ello que me alejé de un montón de eventos culturales porque me olían mal, muy mal. Y dejé de leer montones de libros, de esos que con toda ternura publicitan sus autoras en las cadenas de radio como si regalasen milhojas. Y así, poco a poco o mucho a mucho, me he ido apartando de la música, el teatro, el cine, los libros…… Al final, estoy empezando a comprender que  me falta una buena actualización, incluso un reseteo completo. O comprarme una nueva yo para poder acceder a todo lo que  me estoy perdiendo.

 Y es que en aquellos tiempos, me decían que el arte era más eterno cuanto más universal. Las demás opciones eran de rebajas y las llamaban de circunstancias, de encargo o  panfletarias.

Yo, que viví mi infancia y adolescencia rodeada de panfletos sin saberlo, que hacía girar mi vida al filtro de la tiranía, sin saberlo, de las consignas, las prohibiciones y las normas tocineras, he perdido tantas actualizaciones que ya no soy capaz de acceder a los nuevos tiempos y veo que se aleja el tren de lo moderno sin poderlo remediar.

Así que magino lo que dirían  algunas si leyeran lo que voy a escribir a continuación: estoy hasta los mismos límites de cada uno de mis pelos, y tengo bastantes, de eventos culturales actualizados por el filtro de las circunstancias LGTB o feministas de pro.

Hace bastantes años, me tomé con mucha paciencia que todo lo que subía a las tablas tenía en el fondo un regustillo a mensaje pro gay, además de las obras que eran claramente defensoras de la homosexualidad.

Y se revisaron obras, obritas y obrazas con este filtro, ajeno las más de las veces al espíritu original de las obras, sobre todo porque hubiera sido imposible en su contexto histórico meter algunos parlamentos añadidos por mano ajena en su argumento. Y porque el pegote hubiera sido tan intragable como lo ha sido ahora. Lo que no es, no puede ser y además es imposible.

Imaginar a Lutero en chandal, colgando las bulas en las puertas de una discoteca sería buen tema para una parodia de muy mal gusto. Nada más.

Aun así, se retocaron obras de todos los clásicos con la exigencia moral, ética y grupitosocial de que debían defender la homosexualidad y ridiculizar a quienes no la profesaban, defendían o acompañaban.

Como en los tiempos de las dictaduras, de todas, donde los carteles, las novelas y las representaciones van dirigidas a loar al líder y a su hermosa revolución.

La imposición continua a espectadores y a textos, retocados con poca elegancia muchas veces, acabó cansando a muchos, yo entre ellos, que veo el tema más para practicar en la vida, para defender en la calle, para colaborar con la sangre y mucho menos para filtrar el arte siempre por el mismo patrón.

Decayó la moda para ser sustituida por otra de igual cariz: el feminismo. Bueno, un tipo de feminismo.

Todas las obras, obritas y obrazas habidas y por haber pueden ser leídas y filtradas por el feminismo de poca profundidad, desde Madame Bovary a las comedias de capa y espada de Lope. Es relativamente fácil cambiar algunas frases y convertir en feminista a una señorita de la corte, todas eran de la corte, en feminista y rebelde, porque, como en muchos casos reales, su papá y su novio vendrán a salvarla de la iniquidad de los que la miran mal. Las campesinas no tenían cabida protagonista en el siglo XVII…, ni en otros siglos.

La Dani, actor no binario español.

Y digo yo, ¿no sería mucho más atractivo y valiente que alguien, feminista o no, homosexual o no, asexual o no, clerical o no, etc., se atreviera a escribir alguna obrita de corte más universal y valiente, alejada de tópicos y panfletos, verdaderamente digna, realista, cercana, pero cercana a todos, absolutamente a todos, destinada a mostrar y no a convencer, con una calidad indudable, el mundo que nos rodea, la crueldad del desprecio hacia los otros, sean los otros quienes sean, de la burla de los otros, de la persecución de los otros, de las mentiras de los otros, de la maldad de los otros, de la injusticia de los otros? Y que caigan los OTROS, se llamen como se llamen y sean quienes sean.

Mientras tanto, menos obritas reescritas con consignas infantiles y más hacer: no hace falta vestirse de ninguna manera especial ni llevar pancartas ni ser de un partido: cuando se ve a un maltratador machista, es decir, que maltrata a una mujer, lo sea biológicamente o no, porque considera que está en su derecho como macho y por ninguna otra razón, quede esto muy claro, ¡leña al mono! Ni un instante de espera ni una palabra de reproche ni un momento de reflexión. Duro con él sin más explicaciones: no las merece. Las consignas repetidas ya aburren.

MALTRATADORES INVISIBLES.

Escucho y leo cada día cómo algún varón, indomable, se ha cargado a golpe de navaja o tiro de escopeta a su mujer cuando ella, loca de la vida, ha intentado alejarse por cualquier medio.

Lo primero que  me asombra es la indiferencia, cuando no desprecio, de familiares y amigos que no se plantean acompañar a esa mujer, desde el momento en que hace saber a su cruz que piensa irse, cada vez que sea necesario un encuentro entre depredador y víctima.

Dejar a la oveja que vaya  recoger sus cosas sola, cargada de bultos y con miedo, a la casa donde el lobo aguarda después de haber urdido miles de estratagemas para retenerla y, si no, obligarla, y si no…, es una forma de homicidio por abandono, o casi.

No solo eso, los amigos y parientes muchas veces desprecian a la oveja por tonta o por débil, crueldad mucho más habitual de lo que parece. Luego, noticias en la tele, minutos de silencio y estadística anual. Y a burro muerto, la cebada al rabo.

Teniendo esto en cuenta, es fácil suponer que el número de víctimas de maltrato físico, no solo entre las parejas, sino en el ámbito familiar en general debe de ser exponencialmente mucho  mayor de lo que se ve: difícilmente  imaginable.

Hasta ahí, parece un silogismo impecable, por lo que a continuación se me ocurre que la otra forma de maltrato, el invisible, el que más duele, el que deja cicatrices imborrables, ni siquiera es tenido en cuenta ni por la sociedad ni por los miembros de la familia ni de la pareja: estoy convencida de que los verdugos tampoco imaginan que están maltratando, como los psicópatas y los narcisistas, que no tienen ni las más remota idea de que son monstruos y ven ofensores y atacantes por todas partes, injusticias hacia ellos y maldad general, excluyendo la suya.

Me refiero al maltrato psicológico y emocional.

En el artículo 153 del Código Penal español aparecen ambos tipos de maltrato igualmente penados y sin apenas diferenciaciones.

El problema es que partir ramas o adoquines no solo depende de la fuerza del machote, o machota, sino también de la fragilidad de la rama.

Recordar a alguien con bromas que tiene sobrepeso, y en público si es posible, cuando lo tiene, lo sabe y le duele es de una crueldad inimaginable. Con la calvicie, los dientes mellados, los pies zambos, rosácea, dermatitis visible, vitíligo…., el resultado es el mismo: crueldad y sadismo.

El maltrato causa dolor en ambos casos y la ignorancia no exime de su culpabilidad moral, pero el maltrato invisible no existe y no se  puede demostrar ni tampoco convencer a los que lo ejercen de la maldad y las consecuencias de su actitud.

Aquello de “Quítate de mi vista que no sirves para nada”, “Qué pena tener un hijo tonto: nunca llegarás a nada”, “Bájate la falda, que pareces una puta” “Como me salgas maricón, te mato”, etc., son frasecitas conocidas y admitidas por todos en el pasado. Era normal que los padres motivasen a sus hijos diciéndoles bestialidades como esas, o que los maridos se quejasen de sus esposas poco hábiles con la plancha o la cocina con las otras…

El derecho a maltratar, a despreciar, a insultar y a burlarse de los defectos ajenos, nunca de los propios, parece haberse eternizado en nuestra sociedad. No les damos importancia, salvo que se trate de acoso escolar, y solo a veces, porque está de moda, tan eterno sin embargo como la misma vida.

Las relaciones tóxicas y los narcisistas se pusieron de moda hace años, pero maldito para lo que ha servido.

Parece que hay genes y cromosomas que llevan grabadas la crueldad y el sadismo, la idea se ser mejores y más importantes que los otros, el derecho a reírse de los que nos parecen diferentes.

Pero no hablo de delitos como el de odio, el racismo, el machismo… Hablo de nuevo de ese gusano emponzoñado que no se ve, que repta en el interior de millones de seres humanos, aparentemente normales, y que les lleva a dañar gravemente a los más frágiles: lo que más les quieren, los que conviven con ellos, los que jamás se rebelarán ante su crueldad.

Como en el caso de los narcisistas adaptados, ni matan ni hieren con cuchillos o navajas, no llaman la atención ni gritan, solo se regodean en un sentimiento que me resulta difícil de explicar: se sienten felices, como calamar en salsa marinera, flotando por encima de la pena de los otros, endiosados con el placer de saberse capaces de agredir sin ser agredidos, de dañar sin que nadie les devuelva el daño, emborrachados de poder, orgullosos de su crueldad impune.

Para ellos no hay penas de cárcel, salvo que se pueda demostrar lo que legalmente se define como

 “…una forma específica de agresión o maltrato, caracterizada por actos o conductas intencionadas que producen desvalorización, sufrimiento o agresión psicológica situando a la víctima en un clima de angustia que destruye su equilibrio emocional.

Estoy convencida de que esos millones y millones de maltratadores no saben en su mayor parte que lo son: solo son bromistas, cachondos, gente recia que no es tan tiquismiquis como otros, machotes de una pieza, consejeros gratuitos y altruistas, guías generosos de los bobos que conviven con ellos

El  mismo Código penal advierte de algunos matices: “…tenemos además que tener en cuenta, que la violencia en el ámbito familiar ya castiga conductas y/o comportamientos que fuera de este, no serian penalmente reprochables, y ello, desde el punto de vista del maltrato psicológico, es todavía más complicado de valorar, pues es más difícil definir los contornos de este tipo de violencia frente a lo que, todavía, puede insertarse en los límites de lo admisible o tolerado

Y ahora viene la guinda del pastel: las leyes, sobre todo las últimas, se ocupan con mucho interés de la violencia de género, es decir, dentro de la pareja. De todas las otras posibles violencias psicológicas: chantaje emocional, amenazas, burlas, humillaciones, intimidación, destrucción de objetos personales, etc., que se dan en el ámbito familiar, y dentro de la pareja ni hablamos. Pero parece que fuera de la pareja, tampoco tenemos interés en hablar de ello.

Hace ya muchos años que veo a muchísimos abuelos arrastrando los cochecitos de sus nietos con la artrosis gritando barbaridades, sin poder hacer lo que se les antoje y levantándose de madrugada para recibir a las criaturas cuyos progenitores chantajean a los abuelos para cargarles con el fruto de su vientre, jesús. Hijos que insultan y amenazan a sus padres, le faltan al respeto y les piden, o sustraen, dinero, que se burlan de ellos o les echan en cara su debilidad…

La clave de todo ello es el amor, así como suena. Ese puré de verduras mezcla de una educación perversa, del miedo a no ser querido y de un romanticismo injusto y falso.

Ese amor convierte a los seres humanos en idiotas frágiles, incapaces de decir que no a nada, capaces de renunciar a todo por los que aman, incapaces de hacer daño o devolverlo, viviendo en espera eterna de un poco de gratitud o reconocimiento.

Afortunadamente, las nuevas generaciones parecen venir de fábrica sin ese cromosoma y seguramente no tendrán problema alguna en elegir el bando de los maltratadores de cualquier índole, incluso sin darse cuenta. Brindo por ellos y su envidiable felicidad.

TIERRA IGNOTA.

Me habían hablado de ella, mal. “No hay mucho que ver”.

En todas partes hay algo que ver, lo que pasa es que como los ricos estamos globalizados  no notamos ninguna diferencia entre un pingüino y una cabra ibérica.

Y las hay, pero hay que fijarse.

El clima de estas bellas y antiguas ciudades está tan loco como el de la mía: llueve de repente, sopla el viento, te calas, hay una humedad de tres copones y luego, tan ricamente, sale el sol.

La variedad de rasgos y culturas de origen es tal que si no te fijas puedes pensar que estás en Argel o Marruecos, igual que en mi ciudad: en Chile, Venezuela o alguna parte de China.

O sea todos revueltos, tortilla que amarga a más de uno de mis paisanos, que consideran que estadísticamente, de seguir así, España desaparecerá. Como si España hubiera existido desde el origen de los tiempos y todos los “españoles” fuéramos descendientes de nosotros mismos, como los Borbones, por poner un caso.

Dicho esto, pululando entre el clima mutante y la variedad facial y lingüística, había que esforzarse al principio por entrar en conexión con el entorno, porque mientras que en unas ciudades nada hacía suponer que había un tesoro hermosísimo oculto entre calles peatonales, centros comerciales y de negocios, paradas de metro y bus, pizzas y hamburguesas, otras eran puros decorados al estilo de la época de Sissí emperatriz. Basílicas, catedrales, iglesias, puentes, canales con cisnes, puentecitos románticos de piedra, arcos y volutas, plazas cuadradas rodadas de edificios dorados, calles empedradas, barquitas diminutas, terrazas encantadoras…. ¡Y ni un solo habitante del lugar! Resmas de turistas en fila por calles vacías, limpias, recién pintadas, preciosas… Y sin rastro de vida humana.

En todas ellas había algo en común: el agua. Canales y ríos de todos los tamaños, navegables y no navegables. Y kilómetros de tierra verde apenas cultivada.

La comida, desesperante, insípida y cara para mi gusto. La artesanía, escasa, pero encantadora, tanto como los vestidos de la emperatriz. Cerveza a todo pasto, en todas partes, a todas horas, y patatas, siempre patatas, fritas dos veces para que estén crujientes y doradas.

Chocolate con virtuosismo de colores, sabores y formas y un especie de caos asumido que da a estas ciudades un falso color a paz y sosiego.

En alguna de ellas, lo que los cristianos rectos o heterodoxos hubieran llevado a la hoguera es desde hace muchos años una atracción turística en lugares donde el sexo y la droga no son más perniciosos que un par de cervezas.

Con absoluta naturalidad nos entendemos en cualquier idioma, paseamos por la zona  “tax free” y terminamos al fin donde acabamos siempre: en una terminal llena de gente cansada y cargada de maletas, con el alma de despedida y los ojos llenos de imágenes brillantes, espaciosas, nuevas y viejas.

Los adoquines de sus calles han dejado una huella ligera como la cerveza en la planta de los pies, porque encontramos los tesoros ocultos y paladeamos los que todos conocen. Un placer divino que no se puede, apenas, comparar con nada más.

LOS NUEVOS NIÑOS.

Acababa de borrarle los ojos al niño: no pudo evitarlo. La miraba desde hacía dos días con el brillo de un  vampiro ansioso, él , un niño tan bonito y tan alegre, con aquella sonrisa maravillosa, tenía los ojos de vampiro. Y solo ella era la culpable.

Se levantó y se asomó a mirar, a ver si durante la noche algo había cambiado, pero no. Los ojos del niño, de su niño, la seguían mirando con las mismas ansias de vampiro. Y en lugar del café, cogió una brocha, un pincel hermoso, apuñaló el blanco oloroso y con aquella masa pura y bendita, le tapó los ojos.

Y las vio. Parecían una masa informe, como una tienda de campaña tirada en el césped del parque, a aquellas horas, sobre la hierba húmeda de la lluvia, con el fresco de la mañana…, aquel bulto grande y colorido se movía. Dejó el café para luego otra vez. Se asomó y se fijó: eran tres niñas, o casi niñas, una de ellas estaba sentada sobre lo que parecía un mantel, con el pelo recogido, medio encogida. Las otras dos se acurrucaban a ambos lados de sus piernas, se removían vagas, con sueño, incapaces de levantarse del suelo, La pelirroja madre picoteaba algo que tenia sobre los muslos, algo pequeño y deshecho porque cogía pedacitos con dos dedos, como un gran pájaro enfermo y desplumado.

Habían dormido en el parque, sobre la hierba, vestidas con chandal las tres, pegadas para darse calor y sin un puto café que llevarse a la boca. Nadie corría dando gritos, buscándolas. Debían de tener esa costumbre y en sus casas nadie se preocupaba. Las niñas dormían los domingos en la calle y no iban al instituto el lunes por la mañana ni se duchaban ni deayunaban “como dios manda”. Ellas no.

La noche anterior un grupito de niñas gitanas y bonitas que volvían a casa juntas, buscaban la pelea desde la inocencia. Algo dentro del corazón de una de ellas le pedía venganza, una venganza que alguien había sembrado en su interior. No sabía nada de nada, pero veía en cada payo un monstruo, un enemigo mortal y le nacía el deseo de hacerles daño con su boca sucia de palabras payas.

No comprendía por qué aquella paya no se enfadaba ni se molestaba, no comprendía por qué sonreía en lugar de gritarla o llamarla “gitana”.  Salieron juntas del vagón para hacer trasbordo hacía alguna estación muy lejos del centro.  La mirada de casi todas al salir se rasgaba en sus ojos cañís como navajas muy pequeñas todavía.

El café estaba helado ya. Los niños adolescentes de aquella época lo helaban todo desde su soledad, su abandono y su hambre.

Insisto en que hay que volver pronto al mar.

TINA.

Todo está dicho sobre ella. Los que ya no no podemos aprender «twerking» por mor de la edad, la recordamos con aquella melena lacia a fuerza de tirones acompañada por Ike Turner, su marido, que resultaría ser también su maltratador

Desde ahí, una vida dura que no impidió que brillara siempre, que enamorara siempre.

La admiramos y la despedimos con la mayor gratitud. Adiós y hasta siempre, Tina.

¡¡¡¡LA LECHE DE MUJER!!!

SALUD MENTAL.

Los veo bajar arrastrados por el bicho que tiene la vejiga ya como  un saco de Glovo.

A las siete de la mañana un día festivo. No los veo con sus niños luego ni con sus mujeres: con el perro y mirando el coche, sus dos amores adultos.

Fumando con cara de colgados y sin afeitar, despeinados y sin rumbo fijo, en casa no fuman, se bajan otros para hacer sus necesidades, casi en pijama.

A sus espaldas, uno tan mayor como ellos aprende a montar en patines, en línea, y se cae y se levanta con una desvergüenza encomiable. Mientras tanto, a su alrededor dibuja círculos sonoros un cochecito en miniatura movido a distancia. El ballet del padre votivo y el niño torturador, ambos tempraneros, es explicable: el espectáculo sería grandioso a las doce de la mañana.

Y de repente, a poco, salen los dos bustos femeninos de sus caparazones: una de ellas, la que vive más arriba, lleva de escudo una enorme almohada que cuelga atravesada sobre las cuerdas vacías.de la ropa  Para que se ventile y, de paso digo yo, se impregne de toda la porquería que haya caído en las cuerdas y el marco de l ventana desde ayer. Sobre el bulto casi obsceno de pluma, va colocando en montaña de equilibrio el resto de la ropa de cama. Los deja allí, a la intemperie de polvo y viento, colillas de vecinos y cagadas de pájaros. Para que se ventile.

Más abajo, no demasiado, toca llorar hoy. La mujer madura, pero no tanto, se asoma cada equis tiempo a su ventana, apoya los codos en el alféizar y se tapa la cara con las manos. Luego, va limpiando sus mejillas a como dé lugar. Mira a un lado y otro, como si buscase algo o a alguien, pero si esperanza de encontrarlo, como si en el fondo le diera igual.

El hombre de la corneta se ha levantado. Cada día nos deleita desde su agujero invisible con los toques de corneta del ejército, un conocido himno que no soy capaz de reconocer porque sé del ejército menos que de mecánica cuántica

El mulato esquelético sigue dormido en el banco, seguramente harto de maría o de algo peor. Es muy joven, pero ya vive a expensas del sol y del aire y le da lo mismo que le miren o se asusten de sus ojos cerrados y hundidos como bolas de billar en carambola eterna.

Los locos del infarto corren por los márgenes de esta realidad como si les fuera la vida en ello y bufan mientras lo hacen, congestionados, sudorosos, con la mirada perdida y el vaho como relinchos de caballo. Uno de ellos caerá a lo largo de la mañana.

Alguien sube un cierre: va a ver si aprovecha el día festivo para vender alcohol a los que corren, cuando acaben de correr, a los que pasean al perro, cuando acabe de mear, a los que fuman, a los que lloran y a los que maman. Alcohol para todos de postre.

Se me queda el café frío, pero no habrá otro.

Hace unos días, alguien me hablaba de que pensaba ir al sicólogo. Yo le corregí en broma: siquiatra. Ella decía que a todos nos hace falta ir al sicólogo. Y otra vez insistía: siquiatra.

Hace tiempo, meses, que se ha puesto de moda el tema de la salud mental. Y leo cómo se venden terapias de grupo a euro, clases de bienestar de no sé qué, libros de auto ayuda para curar la mente, conferencias on line para enseñar a relajarse, ministerios para los locos, Seguridad Social para locos, ayudas, subvenciones…

Hace unos cuantos años, el tío abuelo ideológico del que se queja tanto de la indefensión de los enfermos mentales, en cuanto pilló poder cerró los manicomios: era vergonzoso tener encerrados a sicópatas y esquizofrénicos, por ejemplo. Era mucho más solidario soltarlos para que les cuidase su familia, al precio que fuera, o sea, gratis.

Y es que se pierden en tonterías: como dice un amigo mío, el que está majara y es malo, mata y se cree muy normal y al resto se le ayuda haciéndole tragar alguna pastilla a modo de pavo de Navidad y precio de oro. Y si no responde, al manicomio.

Lo demás, pura tontería.

Nota:. Las farmaceúticas no acaban de darse cuenta de las ventajas de este método, si no estaríamos todos empastillados, bueno, quiero decir, más empastillados. Feliz cordura.

¡¡¡MUCHA, MUCHA……POLICÍA!!!

¡Ay! Manuel, quién te ha visto y quién te ve. Fernando Sánchez Dragó, Federico Jiménez Losantos, Joaquín Sabina y, ahora, Ramón Tamames. El escuadrón de la muerte.  

Escuchaba día tras día a los periodistas en la radio, a los políticos tras el atril, a las feministas en grupo y a los padres de la patria en general vociferar hasta el llanto con la cantinela de que hay que denunciar, aunque solo se sea un observador, el maltrato propio y ajeno, que la sociedad, la prensa, la policía, etc., no iba a pasar por alto ni un solo agravio a la mujer.

El mismo vocerío que formaron con el covid, estos mismos u otros amigos de ellos, con la cantinela, esta vez, de que llamásemos en seguida al teléfono de información si nos encontrábamos mal, etc., etc., etc.

Ella, boba de cara y de conciencia, se lo había creído todo y cuando el covid llamó a su puerta, llamó en seguida: nadie cogió el teléfono durante horas y horas: no lo cogieron nunca. Llamó a urgencias y la trataron de loca, un médico de voz joven se rio de ella y le dijo que “veía mucha televisión”. Pensó que era boba realmente, pero el lunes siguiente se la llevaban a urgencias del hospital más cercano porque tenia neumonía bilateral por covid.

Esta es, por ahora, la última constatación del choque bruta entre la mentira y la inocencia.

Dos días después del de la mujer, se encontraba ella en una especie de ensanche y desahogo para los coches del barrio. Oyó un chirrido: uno de los pocos coches que entraba frenó de repente en doble fila de manera muy extraña. El hombre joven, larguirucho, con perfil de árabe, pero muy de barrio de Madrid, salió de dentro corriendo y gritando y detrás de él, la mujer, tan joven como él; se gritaban como locos, él siempre con amenazas, con insultos y le metía la cara en la suya con los puños en alto.  La mujer le instaba a calmarse y volver y él  volvía sobre sus pasos y la insultaba, volvía a acercar la cara a la de ella  y la amenazaba de mil maneras. Ella no cejaba en el empeño de que se tranquilizara y volviera, pero él estaba cada vez más violento, iba y venia mientras sus ojos y su cuerpo soltaban chispas de violencia y de rabia que no podía controlar.

Ella, que no quería ni podía hacerse la ciega y la sorda, no se movía de su posición, suponiendo que su actitud de observadora imperturbable e innegable impediría  que el hombre descargase sus puños levantados contra el rostro de ella, la que parecía ser la dueña y conductora del coche.

El joven se enfrentó a la mirona, la increpó, le pregunto si quería hacerle alguna foto. La espectadora era incapaz de hacer lo que hacían los  pocos hombres que pasaban: mirar y seguir andando.

Se acercó al coche cuando parecía que estaban en una fase más calmada, soportó los gritos de él y le pidió a ella que se fuera, pero no consiguió nada y la discusión fue en aumento.

Decidió alejarse después de fotografiar disimuladamente la matrícula del coche. Conforme se alejaba, empezó a oír golpes fuertes sobre la chapa de un coche: el tío ya no aguantaba la rabia y estaba pagándola con el vehículo. Los hombres se volvían a los ruidos, pero seguían su camino como machos inteligentes que eran y no como la boba aquella.

LLamó a la policía, siguiendo las instrucciones de políticos, periodistas, feministas, etc., pero, sobre todo, de su propia conciencia.

Lo cogió un policía joven y en respuesta rápida a su petición de ayuda,  la sometió a un interrogatorio largo y pesado en el que repetía con calma chicha una y otra vez las mismas preguntas:

 – Dígame la calle,

– qué calle,

 – dónde exactamente,

 – cuántos eran,

 – cómo eran,

– de qué color iba vestido el chico,

– qué perfil tiene,

– y la chica,

– y dónde están,

– de qué color iba vestida la chica,

– cómo era, rubia o morena,

– que tipo de ropa llevaban,

– de quién era el coche.

.Y, por fin,  – páseme la matrícula.

Pasaron varios minutos, demasiados. Creo que la policía tiene GPS en sus coches y que no hubiera tardado nada en encontrar el lugar que ella describió con absoluta precisión, pero parece que la policía, torpe y lenta en este caso, necesita saber la vida íntima de los mal tratadores y de la denunciante antes de hacer absolutamente  NADA.

Cuando le colgó ya no se oía nada tampoco. Sospecho que cuando llegó el policía relajado, si es que llegaron a ir, la pareja se había ido de fin de semana o quizá había otra mujer golpeada o muerta en algún lugar, dentro o fuera de un coche.

La policía de Madrid tiene el mismo protocolo para todo: – Oiga, agente, mire el follón de tráfico que hay, que han cortado la calle porque los padres de los niños del colegio de trinitarios han aparcado en triple fila: y el policía, joven, saca la cabeza por la ventanilla y contesta: – Es la hora de la salida del colegio. Qué le vamos a hacer.

Llamada a la policía por ruidos tremendos de botellón a las dos de la madrugada: 

– Es que yo no puedo impedir que estén en un parque.

–  Pero  ¿haciendo ruido?

– Eso del ruido es relativo, depende de cada cual.

– Pero ¿ustedes no tienen un máquina de medir decibelios?

– No tenemos vehículos libres en este momento.

Y cuelga..

La policía casi siempre cuelga A todos nos ha dejado en bragas alguna vez, o muchas, la actitud de las fuerzas de seguridad del Estado.

La explicación a esto no tiene mucho sentido. Se han desplegado miles de carteles publicitarios, discursos y promesas para “asegurar la tranquilidad de los ciudadanos”, para “velar por la paz”, para tener tolerancia “cero” con el maltrato animal, el maltrato de género, el maltrato ambiental…

Sospecho que a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado no les han llegado ninguno de estos folletos, no ven la tele o no tienen mandos que les manden.

La orden parece ser: dejar que los botellones descansen en paz, que los ruidos se agoten por inanición, que las calles se despejen solas, que las peleas de parejas acaben, pero que acaben…. ¡en sangre!

Como algunos médicos, solo aparecen cuando hay sangre. Solo les atrae el olor de la sangre, o sea, cuando ya hay agujero, dolor, peligro de muerte, balas, navajas, psiquiátricos en espera, ambulancias…. El espectáculo a lo grande, como una revista de varietés de las antiguas: patrullas y patrullas con las sirenas a todo trapo, veinte, treinta, ambulancias, policías por todas partes, bomberos, camillas, sanitarios con mascarillas, y la gente alrededor, sin perderse ripio del show. Cientos de personas alrededor de una anciana atropellada, poco atropellada, por un maldito despistado que le hizo sangre, bastante sangre.

A los demás acabarán por derivarnos a una de esas, una sobre todo, empresas que te ofrecen una protección eterna para ti, tu casa y tu familia. Puedes vigilar al perro desde miles de kilómetros, a tus hijos, que no tienen clase y no hay profesores guardianes que los sujeten en territorio conocido, las plantas, a los vecinos… Puedes vigilar y proteger todo lo tuyo, como si fueras el director de un campo de concentración. Incluso, si te encuentras mal, le pegas a un botón y un médico guapísimo te saca sangre, te ausculta y te diagnostica a través de una maquinita minúscula que va incluida en el precio del contrato.

Y si no te la puedes pagar… ¡hazte sangre!

Privatízate, morena.

Privatizar es la moda,

Y el que no pueda pagársela,

 ¡Que se joda!

(De la autora del comentario).

Bonita cuarteta ayusiana para terminar este comentario desgreñado, pero sin sangre

Para asegurarme de que no aparezca la poli…cía.